jueves, 25 de septiembre de 2008

El día del juicio

Mi tía Marta estaba con mi mamá y mi abuela probándose un vestido en su casa, que quedaba en la calle Cordero 257 en Cinco Saltos, provincia de Río Negro, pueblo chico, lleno de sol y agua, y mucho espacio. En el centro hay una plaza con animales hechos de pasto, donde ahora, desde hace un día, descansa Doña Rosita, abuelita.
Tocaron la puerta dos hombres, estaban armados y se anunciaron como Policía Federal Argentina, la puerta de la casa de mi familia tenía una mirilla- algo más grande en realidad, como una ventana- mi mamá, su hermana, y la mamá de ellas se asomaron por ahí y vieron que estos presuntos policías estaban vestidos de civil, sin un uniforme que los identificara, identidad negada. Estos dos pedían a mi tía, pero ellas en esas condiciones no iban a salir. Así que llamaron a la comisaría para que un uniformado se hiciera cargo de la situación. Veinte minutos después llegó este hombre del que mi tía se aferró, su única garantía de salir con vida era un hombre vestido de azul. Cuando mi mamá, mi tía y mi abuela salieron de su casa hombres encapuchados saltaron de algún rincón, estaban armados.
En mi familia somos todas – sí todAs porque es matriarcado- así, mínimas, con voz fuerte, pero físicamente no le hacemos problema a nadie, me imagino la escena y no me deja de picar la sensación de desequilibrio entre la fuerza bruta de todos esos monos con navaja y la delicadeza de mi estirpe.
Estos señores les dijeron a las mujeres desesperadas que la suya sería llevada para ser simplemente interrogada y que sino descubrían nada “raro” la devolverían rápidamente, y no podían decir a dónde se la llevaban, mi madre corajuda pidió irse con su sangre, los hombrecitos dijeron que no había lugar en el auto.
Entonces partió un Ford Taunus a las 00.30 de la noche, aproximadamente, con mi tía y estos monos hambrientos, además del seguro hombre de azul.

Beba, a Beba nunca le gustó que no se hiciera como ella quería, y para ella sus hermanas son ella misma- no me lo dijo nunca, basta verla hablando por teléfono- así que se subió a su auto y empezó a seguir a su sangre, vio como tiraban al azulado por la puerta del auto horrible, y pensó en la muerte de su hermana, tomó la ruta oscura, donde el futuro de Marta eran dos luces, y pensó de vuelta en la muerte de su hermana, hasta que el auto empezó a disminuir la velocidad, Beba pensó entonces en su propia muerte y en la imposibilidad de hacer algo por la otra, así que volvió desesperada a hablar con el comisario, que dormía- ojos que no ven, corazón que no siente- y con el padre Pedro y con el Padre Ángel, con Estela y Aldo, con Monseñor de Nevares, con una amiga de Marta, avisándole que mañana no iría a buscarla como todos los días, y por último se fue a Neuquén y habló con uno que pedía información a cambio de Martita Echeverría, entonces llamado de alerta, entonces comienza el exilio de la socia de mi tía, la otra dueña de Libracos, la librería que compartían, la que ya había sufrido dos atentados de bomba.

Marta, de Marta… siempre fue un misterio, sé que es fuerte, que nunca abandonó del todo la lucha y que es muy hermosa y mentirosa, que le cuesta levantarse temprano y que ahora habla más en mexicano que en argentino.
La vendaron, luego de deshacerse del hombre que era su seguridad y la tiraron contra el suelo del auto y la taparon con una alfombra.
La dejaron en un catre helado, su mayor preocupación le dijeron debía ser siempre, que no se le saliera la venda que le estaba infectando la vista, si eso pasaba ya no quedaría nada.
Hacían ocho grados bajo cero y ella con su vestidito nuevo, indispuesta, con miedo, susto, desesperación, la picanearon, le preguntaron, escuchaba un grito desgarrador que pedía agua y escuchaba a Silvia que le decía que ése era su compañero y escuchaba todo el día una radio, y con la picana una máquina de escribir, dos veces le aplicaron simulacro de fusilamiento, jugaban a la muerte.

Estela, la más linda y grande, ya casada, ni enterada casi, de Cea primeriza en eso del aporteñamiento, que corrió ni bien mi madre le contó lo ocurrido, al pueblo donde se crió, de la noche a la mañana, fue la que se dedicó a ir oficina por oficina pidiendo y preguntando, la que escuchó y vio a familiares como ella, atestando la recepción de un hombre que les hablaba de su úlcera en vez de abrir la boca y decir lo que todos esos oídos querían saber, mendigando, el cerdo.
Fue la que finalmente abrazó y recibió a la otra, la que cuenta que tenía puesto el mismo vestido, la misma carne pero con diez kilos consumidos, y una boca que no hablaría, ni contaría, que borraría absolutamente todo su pasado durante años, hasta que se hiciera vieja y pudiera, con la memoria mutilada – no sólo de este hecho, sino de amores, pubertad, secundaria, tardes felices bajo el sol- pedir justicia, una tarde de septiembre, jurando por Monseñor de Nevares y los treinta mil desaparecidos.

2 comentarios:

Ming dijo...

Hola Luvísita,

me ha interesado mucho tu perfil, ahora echaré un vistazo a tu blog.

Yo me llamo Ming, y, si quieres, puedes visitarme en:

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Tuti dijo...

me hiciste llorar como una nena, no sé, será la distancia, algunos sueños que tuve, o no sé que..pero a pesar de haber leído, haber escuchado la historia una y otra vez en estos últimos años, y conocerla ya casi de memoria, leerte me hizo emocionar y extrañar tanto como hace tiempo que no me pasaba. Serán las fechas, los círculos que van cerrando de a poco.

TE QUIERO MUCHO MUCHO HERMOSA!!